lunes, 13 de junio de 2011

columna publicada en artesomos edición número 3

http://es.calameo.com/read/0003801484caf2b04331c

Esta en la página 115

NOMBRE DE LA SECCIÓN: “CÓMO LA VIDA MISMA”

 “COMO SER MADRE TRABAJADORA Y NO MORIR EN EL INTENTO”

Si sois como yo, de ese tipo de madres que aparte de  cuidar a nuestros queridos “retoños” os dejáis el lomo en el trabajo y la paciencia con el jefe, entonces… ¡Bienvenidas al club!
El ser una mujer ya es un trabajo duro, por aquello de cobrar menos y trabajar más, ascender es un triunfo, la “conciliación de la vida familiar y laboral”  inexistente y si encima decides formar tu propia familia, sobrevivir día a día es bastante complicado.
Cada día me levanto a las seis de la mañana, desayuno en cuatro milisegundos, cigarrito después de desayunar (eso es indispensable), pierdo dos horas en pensar qué me voy a poner ―porque la verdad sea dicha, se puede caer el mundo sí algún compañero se da cuenta que repito “conjuntito”―me ducho, me maquillo, me peino  y… me doy cuenta que mi hija ¡tiene que ir a la guardería!
Me digo a mi misma ¡manos a la obra!: la despierto (con su consiguiente berrido), la visto e intento peinarla. He dicho intento porque mi hija, ve un peine y empieza a dar vueltas como la niña del exorcista.
Voy cual Alonso (en sus mejores tiempos) a llevarla a la guardería y luego me paso diez minutos intentando que se suelte de mi pierna porque no quiere que me vaya.
Cuando mi marido ve que me llega el alma a los pies, intercede con un simple: “Princesa, mamá y papá tienen que irse a trabajar para poder comprar comidita y cosas bonitas”, mientras que yo pienso: y el alquiler y el préstamo que llevamos pagando cuatro años por la boda, gas, luz, teléfono, gasolina…, y la niña pone ojos de “cordero degollado” y se queda más triste que un perrito abandonado.
Luego corre que te corre al trabajo, en mi caso tardo en llegar tres cuartos de hora, eso sí antes de entrar “a galeras” me permito el lujo de desayunar tranquilamente en una cafetería cercana al trabajo. ¡Faltaría más!
Tras ocho horas, bueno en realidad nueve si contamos la hora de la comida, de duro y estresante trabajo vuelvo a casa. Otros tres cuartos de hora.
Mi marido afortunadamente, se encarga de cocinar. Así que cuando entro por la puerta, la niña tiene puesta la cena en la mesa. Pero hay que “lidiar” con ella, como si de un toro de miura se tratase para que se coma todo, no se levante de la silla  para saltar, gritar o lo que le venga en gana.
Luego la acostamos, cenamos y  después de ver una película nos vamos a dormir. Al llegar a la cama estamos tan cansados, que la vida sexual se va por el retrete.
Un tema aparte es cuando se ponen enfermos y si eres madre primeriza, como es mi caso, para que te voy a contar.
La primera vez que tuvo unas décimas de fiebre, por poco paralizo el país y faltó muy poco para que llamara a varios helicópteros o en su defecto a alguna que otra ambulancia.
El problema es que no tienes ni idea que hacer, porque para que vamos a negarlo, son nuestras madres quienes siempre nos han cuidado.
Y tú estás ahí tan nerviosa que te tiemblan hasta las pestañas. Entonces, decides llamar a tu madre, ya que es la experta en la materia, y te dice que para bajar la fiebre hay que bañarla con agua templada y dejarla en pelotas y te quedas pensando ¿cómo voy a dejarla desnuda en pleno Diciembre? ¡Por Dios!
Pero inexplicablemente  la fiebre cesa y te quedas con una cara de boba increíble. Y piensas: O sea, para la bajar la fiebre tengo que elegir en que mi hija fría huevos con la frente o se coja una pulmonía… ¡Pues viva la pulmonía!
La cosa cambia cuando ya saben hablar, porque te dicen que les pasa; pero como no les puedes dejar en la guardería o colegio, se la endorsas a la abuela o en su defecto mi marido o yo, nos quedamos a cuidarla, con el consiguiente remordimiento porque no sabes si te van a despedir por hacer lo que una madre debe hacer.
La semana pasada me ocurrió algo que os podrá sorprender bastante:
Llegué cansada porque había tenido un día cargado de trabajo, con dolor de pies debido a los taconazos súper fasion que suelo llevar a trabajar y con un cabreo de mil demonios porque mi jefe, el todo poderoso a la vez que el más inteligente del mundo mundial, estaba enfadado porque su mujer había pasado de él la noche anterior y se descargó conmigo; echándome la bronca por algo que ni siquiera era de mi departamento. Así que se me instaló en mi preciosa cabecita, modestia aparte, un dolor de cabeza de los que hacen época.
Tras abrir la puerta y tirar el bolso al suelo como si una granada de mano se tratase, me tumbé en el sofá derrotada por la vida.
Entonces apareció mi hija con su sonrisa y sus enormes  ojos verdes. Y me dijo:
―¿Mamita, que te pasa?
―Nada cariño, que mami está malita ― Por no decirle es que mamita está hasta las mismas narices. Entonces su respuesta me dejó con los pies vueltos.
―No. Mamita ― y me llenó de besos por todas partes ― tú no puedes ponerte malita, porque eres la princesa más guapa que he visto en mi vida y Sarita te quiere mucho.
En ese mismo instante babeé literalmente litros y litros y con los ojos encharcados en lágrimas la abracé prometiéndola que ya se me había curado “la pupa” con sus besitos.
Os juro que realmente fue así.
Así, que aunque me tenga que dejar el corazón fuera del pecho, los pies tengan que volar, mi preocupación crezca a medida que enferme o se haga mayor mi hija. Me he dado cuenta que es lo mejor que me ha pasado en este mundo.
Y ¿sabéis que? Estoy pensando en volver a quedarme embarazada.

1 comentario:

  1. jo, no había leído esto hasta hoy... ains... es precioso Ana, y además me siento super identificada contigo. Me encanta!

    ResponderEliminar